Un impuesto al corazón
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Por Enrique Martínez y Morales
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Una nueva propuesta del gobierno norteamericano ha encendido el debate y las alertas: imponer un impuesto a las remesas que los migrantes mexicanos envían desde Estados Unidos a México. La sola idea de gravar el esfuerzo de quienes han dejado su tierra en busca de un futuro mejor resulta no solo económicamente riesgosa, sino moralmente reprobable.
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En 2024, las remesas alcanzaron un récord histórico de cerca de 65 mil millones de dólares, superando por aproximadamente el doble a la inversión extranjera directa, a los ingresos por turismo y a las exportaciones petroleras. Más de 5 millones de hogares mexicanos, esos ubicados en regiones de mayor necesidad, son los receptores de las transferencias: algo así como 20 millones de mexicanas y mexicanos.
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Las remesas son más que cifras: son el sustento de millones de familias, el pago de útiles escolares de una niña, la medicina de un abuelo o el capital para un pequeño negocio de un joven. En México las remesas representan el 3.4% de la actividad económica, pero en estados como Michoacán, Zacatecas o Guerrero, equivalen a casi el 15% del PIB local.
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Imponer un impuesto es castigar doblemente al migrante: por irse, por arriesgar, por trabajar y ahora, también por enviar. Además de injusto, implicaría una doble tributación, pues el trabajador ya paga impuestos en Estados Unidos sobre sus ingresos, y ahora se pretende gravar lo que entrega con sacrificio a su familia.
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La medida podría provocar pobreza en comunidades enteras, afectando el consumo, la estabilidad y la cohesión social. Y paradójicamente, de concretarse la medida, a Estados Unidos le resultaría contraproducente: más pobreza en México implicaría más migración hacia su territorio.
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Además, la lógica supondría que al implementarse el gravamen los migrantes buscarían formas alternas e informales para enviar las remesas, incrementando el descontrol y fomentando el lavado de dinero.
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El gobierno federal ha negociado una reducción del 30% al impuesto propuesto, bajando la tasa del 5 al 3.5%. Buen avance, debemos seguir por esa línea, porque el problema no es solo la cantidad, sino el principio. Gravar la solidaridad es un error ético y estratégico.
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Las remesas no deben convertirse en moneda de cambio política. Son el corazón de millones de hogares. Y si se ataca el corazón de México, todos perdemos.